impresiones del crepúsculo

miércoles, agosto 24, 2005

El Marinero

A Don Enrique M. Herrera
En un mediodía de fin de primavera,
tuve un sueño como una fotografía.
Alberto Caeiro

Me he sentado a la mesa del café con un añoso amigo desde hace mucho tiempo; sus fabulas me han hecho soportar el insípido brebaje que se vende en ese lugar. Historias, tantas como sus arrugas, tantas como colillas en nuestro cenicero; historias que se han multiplicado, como tentáculos de estrella marina al ser cortados en las costas de la Choya. Mi amigo, ha pasado de la tierra a las vías y de los hierros al mar, jah! los amores del marino, el ancla momentánea de una gringa en una cantina de Peñasco, los nombres, los infinitos detalles de sus cuerpos, las hacen tan reales como la tardanza del mesero.
Debo agradecerle su habilidad de soportar el terrible oficio de ser mi amigo y mi torpeza de olvidar los nombres de las mujeres que le llenan la memoria. Nunca escuché a mi abuelo; que también es riélelo, quizá lo tenia que haber puesto en nuestra mesa del café, para hablarnos como iguales y reírnos de nuestras diferencias. A los mayores, les cala el aire en el rostro, les deja cicatrices la vida, para que no olviden que serán olvidados. Debí acercarme a mi abuela, dejar que se posaran sobre mi cabeza sus manos y tocar mas veces su cara llena de piel y canales por donde corría el agua de sus decepciones. Mi amigo, se ha preocupado por prestarme sus años una hora diaria, hablamos del mundo y sus mujeres con idiomas y caderas, reímos de las corbatas de los hombres «razonables», de la broma diaria de la economía. Mañana otra vez: el café, el cenicero, el marinero y yo.