impresiones del crepúsculo

jueves, febrero 09, 2006

Te conocí

Te conocí como el hambre que viene siempre antes que los dientes,
la válvula de mi pecho suspiró de luz contenida y sangre derramada,
las mañanas me traían un sol en los huesos, rocío que no moja,
conocí el verde amanecer de las llanuras antes del florecer de las piedras.

La noche amasó tierra y viento,
luz de estrella y sombra de mis ojos habitados por la luna,
te fundió en el tibio horno de tu madre,
antes de amarte no hablaba el mar ningún idioma.

Te conocí como al mar por la marisma,
antes de marcar con mis pies la arena,
te odié antes de amarte, antes de amarte amor ya te olvidaba,
te odié amor por cada ola en la que no venías.

Ya era tuyo mi corazón y su sonido,
tum tum, golpe de alas de las aves de la sangre,
tum tum, la jaula de carne que las guardaba como nido,
para el momento de encontrarte.

Amaba ya, la rosada estrella de la noche entre tus piernas,
el fresquisímo prado de tu vientre,
tumba donde he de morir cada noche en que esté un poco vivo,
hoguera donde arder cómo petroleo en el mechero.

Ahora te conozco como la luz al relámpago,
con el deseo instantáneo de tu húmeda flama,
me muerdo el silencio y me crecen brotes de palabras
entre la fronda verde de mis labios.

No hay noche ahora que no nos guarde espacio,
mis ojos recorren tus praderas de sol a sol a media luna,
no me harto de nacer y renacer abrazado a tus caderas,
cantar el canto de lo desconocido con tu temblor exacto.

Te conocí antes de que mi mano te escribiera,
mucho antes ir y de volver por las mareas,
amor mío veo mas allá de tus ojos de yerbabuena,
mas allá de las estrellas que ahí juguetean y se ven nuestros hijos.

Hijos hechos de lodo, pasto y electricos pedazos del alma,
miel, jugos, yagas, casas donde no vivimos, luna, tormenta y sombra,
ventanas, cósmicas miradas, puentes de mis labios y tus piernas,
grietas, olores y sustancias, piedras y profundas mareas.

martes, febrero 07, 2006

Treinta y dos.
Cae lentamente en giro humeante,
ánimas blancas lo recortan y acarician.

Recorre los pasillos de mi memoria,
el silbato del tren que espero,
se acerca.

¡Ah! El sonido mecánico del movimiento inexistente,
faro de tu ausencia que da el cuarto giro al soldado,
cae, agoniza y me llena de una potente luz;
su cabeza que aun arde, se revienta contra el suelo:
cómo los fuegos artificiales contra el cielo,
ese cielo que permanecía tímido sobre las palmeras.
La estación está vacía.

¿Escuchas la ceniza golpeando el suelo?
Sombras, fantasmas y hasta las vías se han marchado,
Metal contra la piedra que se destroza,
la flama que sube por la mecha: Luz.
El humo recorre mi rostro como si lo conociera,
—el tiempo es un gusano horadándome los huesos—
lento, dolorosamente se separan mis dedos; Treinta y tres